La vida surge en el instante mismo de la
concepción; de modo semejante a cómo surge el fuego en un mechero cuando la
chispa prende en la mecha o enciende el gas.
La
experiencia de la vida está en el hecho de haber sido concebido, y no en el
tiempo vivido: una año, cinco años, cincuenta años, cien años, ¡un instante en
el vientre de la madre!, cuentan lo mismo en el terreno de la eternidad
(infinito más uno es igual que infinito más cien...).
Sólo tuvo un instante para vivir su amor;
pero fue tan intenso, tan intenso..., que duró una eternidad.
Entre hechos
de infinita perversión, no caben los grados. Sin pretender establecer grados,
tan sólo aislar conceptos para un mejor entendimiento; si tuviera que colocar
en una escala de perversidades, de mayor
a menor, al canibalismo y al “aborto”, colocaría al segundo en primer lugar:
¡os imagináis a una madre comiéndose a sus hijos...?; en algunos tiempos de la
historia de la Humanidad, considerados bestiales, la realidad superó a la
ficción...
No renuncies a ser madre; es la participación más hermosa de un ser
humano en la obra de Dios. Recuerda: muchas almas inocentes se agolpan en la
verja de la vida esperando que alguien le abra la puerta.