Siembra en tu mente la verdad,
y riégala con agua del río del amor;
afina tu garganta
para que el tono de tu voz
sea cálido y tierno;
procura que tus labios
solamente pronuncien
palabras cristalinas,
y ruega a Dios
para que no se empañen;
cuida que todo lo que digas
sea agradable y positivo,
sin aristas cortantes ni rebabas
que hieran la piel de tus hermanos.
De ese modo,
tus palabras serán imágenes de Dios
y tu destino, el cielo.