de la vida
En toda pandemia; los rebrotes, si los hay, suelen ser más suaves que el brote; debido a la inmunidad de los que se infectaron y a los conocimientos adquiridos en la gestión de la misma (medidas preventivas, terapéuticas...; medios materiales y humanos necesarios; etc.). Sin embargo, en esta maldita pandemia los rebrotes se suceden y, cada vez, con más virulencia, hasta el punto de alcanzar cotas aterradoras sin un claro final; y todo ello con la imposición de unas medidas (confinamientos; toques de queda; paralización de actividades industriales, culturales, deportivas, familiares, afectivas...; generalización y obligatoriedad del uso de mascarillas; infundir y difundir el miedo...) cada vez más severas; eso sí, con el aplauso de unos y el clamor de otros que piden más medidas y severidad. Por lo que me pregunto; sin ánimo de convertirme en espejo de los unos y los otro, y que estos, al mirarme, griten ignorante, irresponsable, insolidario..; ¿es tan malo pensar que las cosas se hicieron, y se siguen haciendo, mal; que muchas de las medidas tomadas pueden ser, por uso o abuso, perjudiciales para la integridad del sistema inmunitario (el arma más efectiva para derrotar al virus); que el efecto, por el modo en que se aplican las indicadas medidas, puede ser más mortal que el propio virus; que de los que lo hicieron mal, y lo siguen haciendo, tan sólo puede esperarse lo peor? No, no creo que sea tan malo; la luctuosa realidad que se está viviendo, lo evidencia.
En cuanto a que “la salud es lo primero”; yo creo que LO PRIMERO ES LA VIDA porque si estás muerto, te sobra la salud; y porque para vivir se necesita el sustento del cuerpo y del alma, mucho más que salud: los colores, la música, los aromas, los sabores, las caricias, la justicia, la libertad, el sosiego...; el amor.
También ocurre que, a los especuladores de la palabra, a veces, el tiro le sale por la culata: en una guerra sucia, los “negacionistas” son actores de hechos heroico; los “sí, bwana”, de actitudes innobles.
¡Vive, hombre, vive!; y deja vivir...
M. Camacho