PARTE I:
EL PROBLEMA
En medicina,
lo que no cura
envenena.
¿Quién parará esta locura?
¿Quién apagará este infierno?
Cada día, más cadenas;
cada día, más sanciones...
Estas son las ocurrencias,
estas son las soluciones;
de aquellos que nos dirigen,
de aquellos que nos gobiernan;
con especial insistencia
en usar la mascarilla,
que pasa a ser obligado
el llevarla siempre puesta;
pero que no lleve válvula,
porque, si la lleva, ¡multa!;
pues, aquella que la lleva
es “mascarilla egoísta”,
como suelen nominarla
expertos de pacotilla;
esto alza mi indignación
ya que en mi humilde entender
las mascarillas con válvula
protegen más y mejor.
A pesar de todo ello;
las mayores restricciones,
las más pesadas cadenas
y las más altas sanciones
(sólo queda el tapaculos;
retiro este comentario,
peligroso es dar ideas
a peligrosos bellacos):
cada día, más contagios;
cada día, más pandemia;
cada día, menos vida;
cada día, más pobreza.
Esta es nuestra situación;
y aquellas, sus ocurrencias.
A la vista de lo visto,
y lo que queda por ver,
cabe tener serias dudas,
que quisiera esclarecer:
duda sobre la pandemia,
duda de las restricciones,
duda de las mascarillas,
duda de las intenciones...
Pues, pienso que la ignorancia
y la falta de honradez
terminan por provocar
mucho mal y poco bien.
PARTE II:
LA SOLUCIÓN
Según la propia intuición,
el amor a la verdad
y el sentido del honor,
creo poder indicar
donde está la solución
a esta pandemia infernal:
Andar con mucha prudencia,
no debemos olvidar;
si siempre fue conveniente,
en esta caso es vital.
Espantar todos tus miedos,
ponerte un alto valor...;
que nadie pueda comprarte
si no paga con amor.
“Apartar a los pirómanos
de los cuerpos de bomberos;
desinfectar lo tocado;
y elegir bomberos nuevos.
Averiguar el origen
y difusión de los fuegos;
y, si existieran culpables,
que paguen por lo que hicieron”.
Evitar concentraciones
que estén fuera de lugar,
y guardar cierta distancia
cuando se deba guardar.
La renovación del aire
y el lavado de las manos,
es una sana costumbre
para mantenerse sano.
Actuar con valor, pensando
en la Tierra y en la gente:
los sanos a trabajar
y a disfrutar de la vida;
que el trabajo es saludable,
y la vida sólo es vida
si se vive alegremente.
Los enfermos a curarse;
los enfermos de verdad,
pues, los sanos no se curan,
sólo pueden enfermar;
una especial atención
a los mayores de edad,
es el mayor exponente
de una sana sociedad.
Pero lo más importante,
sin ello no hay solución,
es que brille la verdad
en toda la información.
Y todos juntos luchar
por una vida mejor,
que dé sentido a la Vida:
una vida en el amor;
una vida en la justicia;
una vida en libertad;
una vida en la sonrisa;
una vida en la Verdad...
EPÍLOGO
Si no le echamos valor,
y le ponemos remedio
a esta maldita locura;
seremos, no tengas duda,
un pueblo pobre y enfermo.
O, tal vez, algo peor;
¡dejaremos de ser pueblo!
M. Camacho