[1]
¡Silencio, callad todos!
El poeta camina, está despierto;
que nadie le distraiga.
Escuchad:
cómo canta, sin pausa, a la esperanza;
cómo elogia el amor en primavera;
qué bien suenan sus versos de humildad;
cómo llena de aroma el infinito;
cómo canta, sin sombra, a la pureza;
cómo canta a la vida, cómo canta...
A mitad del camino, le sorprendió la noche.
Observad:
cómo llora, sin llanto, por la luz;
cómo caen a tierra sus lágrimas marchitas;
qué vacío se queda el infinito;
cómo apaga su canto a la esperanza;
cómo llora su encuentro con la Luna;
cómo llora a la muerte, cómo llora...
¡Silencio, callad todos!
El poeta ha dejado de cantar.
El poeta ha dejado de llorar.
El poeta descansa, se ha dormido;
que nadie le despierte.
¡Silencio, callad todos!
El poeta camina, está despierto;
que nadie le distraiga.
Escuchad:
cómo canta, sin pausa, a la esperanza;
cómo elogia el amor en primavera;
qué bien suenan sus versos de humildad;
cómo llena de aroma el infinito;
cómo canta, sin sombra, a la pureza;
cómo canta a la vida, cómo canta...
A mitad del camino, le sorprendió la noche.
Observad:
cómo llora, sin llanto, por la luz;
cómo caen a tierra sus lágrimas marchitas;
qué vacío se queda el infinito;
cómo apaga su canto a la esperanza;
cómo llora su encuentro con la Luna;
cómo llora a la muerte, cómo llora...
¡Silencio, callad todos!
El poeta ha dejado de cantar.
El poeta ha dejado de llorar.
El poeta descansa, se ha dormido;
que nadie le despierte.
MANUEL CAMACHO
[1] No se puede ser un buen poeta sin escuchar y amar a las plantas; ellas guardan la sabiduría del tiempo y escriben los más hermosos poemas, las flores: "Mirando a una flor, me enamoré de la vida".