Que nadie ni
nada apague la llama de la esperanza que arde en tu alma; mientras permanezca
encendida, existirá la posibilidad de cambiar el mundo.
En una marcha apoteósica,
¡vitoreadas y no combatidas!,
las tropas de Satán
se adueñaron del mundo.
Y el mundo, que era alegre y luminoso,
se convirtió en un mundo de tinieblas.
Desde el trono
del poder absoluto;
el Príncipe de las Tinieblas,
que es rey de los tiranos,
amordazó a los pueblos.
Envueltos en las sombras;
esperaba la gente, mansamente,
con un cuenco en sus manos temblorosas,
el reparto del mísero
y frío rancho.
De la Tierra emanaba un fuerte hedor.
Por fortuna,
no todos esperaban mansamente
el reparto del mísero
y frío
rancho;
espontáneos grupos de aguerridos
combatientes luchaban con bravura
por su anhelada libertad.
Muy pronto, comenzó
una feroz persecución;
y aquellos aguerridos combatientes
fueron borrados de su entorno.
Pero el clamor de sus recuerdos
y el eco de sus lanzas
prendieron,
en las almas de todos los humildes,
la llama inextinguible
del amor a la
libertad.
La llama se extendió
por todos los rincones de la Tierra,
convirtiéndose
en una gran hoguera;
el color amarillo de las llamas
se fundió
con el azul del cielo,
y apareció en el aire
¡el alegre color de la esperanza!
M. Camacho