miércoles, 2 de octubre de 2013

LOCURAS DE AMOR


Se pasó toda su vida intentando cambiar el mundo, y no lo consiguió. Al final de sus días, se dio cuenta de que había sido un hombre feliz; y sonrió.





LOCURAS DE AMOR


No retrases la siembra de una buena obra;
si lo haces, puede que su fruto no llegue a tiempo
de alimentar tu alma.

 

                      

Patricia, Sergio, Sofía, Santiago y María eran muy buenos amigos, de esos que valen un Perú; se conocieron en el colegio religioso donde cursaban el bachillerato; un magnetismo especial les hacía vibrar en  la misma frecuencia, quizá por ello eran tan buenos amigos. 
Aquella mañana, una densa y oscura nube cubría la ciudad. El día invitaba a la meditación. 
Como de costumbre, los cinco amigos se reunieron, a la hora del recreo, en el patio del colegio; el silencio presidió los primeros momentos. 
          Un sonido bronco rompió  el silencio cuando Sergio, sin decir palabra, comenzó a desenvolver el suculento bocadillo que su madre le había preparado; el bocadillo tenía como segunda envoltura una hoja de periódico, la primera era de papel de aluminio. Las miradas de los cinco amigos, hasta aquel instante perdidas en el infinito, se encontraron en la estrepitosa hoja; casualmente, se trataba de una hoja de sucesos: asesinatos en masa, violaciones, suicidios, robos, etc. 
- ¡Qué mal está el mundo! -exclamó Santiago. Y añadió-: ¿cómo puede haber gente tan perversa; acaso no comprenden que su actitud les lleva al infierno, al mundo de las tinieblas.
- A veces, pienso que en nuestro mundo hay mucha injusticia y que, tal vez, sea ésta la causa de tanta maldad; pero, cuando considero todo lo que  Dios nos da y evoco sus bienaventuranzas, me doy cuenta de que nada justifica hacer el mal -dijo Patricia. 
- Es cierto, nada justifica hacer el mal. El mundo creado por Dios es  una morada deliciosa,  un paraíso; somos nosotros, los llamados seres humanos, quienes lo hemos convertido en la antesala del infierno -corroboró Sofía.

 - Se me ha puesto la carne de gallina. Un sentimiento muy profundo de impotencia y de culpabilidad invade todo mi ser -expresó Sergio. Y agregó-: no podemos permanecer ajenos de esta triste realidad. ¡Tenemos que hacer algo! 
- Tienes razón, hay que hacer algo -aseveró Santiago-; pero, ¿qué podría ser? 
- Podríamos -dijo María- sembrar sonrisas en el mundo, viviendo con alegría las cosas pequeñas de cada instante del día. 
- Podríamos escuchar a la gente. ¡Escucharles con cariño que es amar con el oído! -exclamó Patricia. Y afirmó-: si en el mundo se hablase un poquito menos y se escuchase un poquito más, se evitarían  muchos sufrimientos.
- Podríamos intentar convencer a todo el mundo que la vida es un viaje maravilloso hacia la eternidad; un viaje que no debemos perder -dijo Sofía. 
- Todo cuanto habéis dicho es muy hermoso; pero me gustaría que nos comprometiésemos en algo más concreto -demandó Sergio.

- Estoy contigo -sustentó María-, a mí también me gustaría que nos comprometiésemos en algo más concreto como, por ejemplo: saludar siempre, y de manera piadosa, a todos los compañeros con los que nos encontremos, a pesar de que alguno de ellos nunca nos haya caído bien; dirigir una tierna mirada a las personas tristes que se crucen en nuestro camino; prestar una ayuda sincera y desinteresada a todo el que necesite algo de nosotros, aunque no llegue a pedírnosla. 
- Podemos igualmente comprometernos en intentar enseñarle a la gente, principalmente a los jóvenes, a descubrir y a admirar todas esas cosas tan extraordinarias que llenan el mundo, y que son la imagen del Señor -dijo Patricia. Y aclaró-: las estrellas del infinito; la luz y el calor del sol; la fertilidad de la tierra; la inmensidad del mar; la belleza y el aroma de las flores; el trino de los pájaros; la ternura de un recién nacido; la dulzura de una madre; el amor de un padre; la mirada afectuosa de una persona agradecida.
- También podemos -dijo Sofía- comprometernos en llenar nuestro entorno de octavillas que lleven escritas, una en cada cara, las siguientes locuras de amor: 
A)     La bellísima oración de San Francisco de Asís, convertido a Dios desde las vanidades del mundo; que dice: 
Haz de mí, Señor, un instrumento de paz.
Que donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga perdón;
donde haya discordia, ponga unió;
donde haya error, ponga verdad;
donde haya duda, ponga confianza;
donde haya desesperación, ponga esperanza;
donde haya tinieblas, ponga luz
y donde haya tristeza, ponga yo alegría. 
Haz, en fin, Señor, que no me empeñe tanto
en ser consolado, como en consolar;
en ser comprendido, como en comprender;
en ser amado, como en amar.
Porque dando es como se recibe,
olvidando es como se encuentra,
perdonando se es perdonado
y muriendo se resucita
a la vida que no conoce fin. 

B)    El hermoso texto escrito por la Madre Teresa de Calcuta, durante una noche de tormenta, en la colonia de leprosos de un pueblo indio a orillas del Ganges; que dice: 
La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es un misterio, desvélalo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, doméñala.
La vida es una aventura, arróstrala.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela. 
- Estoy de acuerdo con vosotros -dijo Santiago-; pero no olvidemos que la carne es débil y el demonio implacable. Éste aprovechará cualquier ocasión, cualquier motivo, para tentarnos; cualquier momento de desaliento para robarnos el alma.
- Yo sé cómo vencer las tentaciones, el modo de derrotar al diablo: busquemos un aliado, ¡aliémonos con el Señor! Él nos dará las "fuerzas" necesarias para conseguirlo -aseguró María.
- Me parece estupendo -manifestó Sergio. Y añadió-: propongo firmar una alianza con Dios; y comenzar desde ahora mismo, desde este momento, a cumplir con nuestros compromisos, a luchar con entusiasmo por un mundo mejor. 
- Yo también quiero proponer algo -dijo Patricia-, que hagamos una promesa: reunirnos aquí, en este mismo lugar, dentro de veinticinco años, para ver lo que hemos conseguido; para darnos un fuerte abrazo.


Todos estuvieron de acuerdo, firmaron la alianza e hicieron la promesa. En los restantes años de colegio, se distinguieron de sus compañeros por su bondad y afecto hacia los demás. Al terminar los estudios de bachillerato, se separaron con una gran pena; pero con  la agradable sensación de que una fuerza misteriosa les mantenía unidos.
Fueron fieles a la alianza, y cumplidores de cuanto habían prometido. Veinticinco años más tarde, se volvieron a reunir, esta vez, en las puertas de unos grandes almacenes que habían sido construidos en el lugar en que se encontraba su colegio. Muchas cosas habían cambiado; sin embargo, el mundo seguía igual: asesinatos en masa, violaciones, suicidios, robos, etc.
  
No pudieron conseguir un mundo mejor, a pesar de haberlo intentado; pero lograron algo muy importante, yo diría que lo más importante en esta vida: ellos siempre fueron muy felices haciendo el bien, con la esperanza de ir caminando hacia la Gloria. 
                                    
                                                      MANUEL CAMACHO