Si en algún momento, sientes el deseo de morir;
espera que pase ese momento, y contempla tu resurrección.
Era
un balón hermoso,
con
una cara alegre
dibujada
en su piel.
Era
un balón confiado
que
andaba por caminos solitarios,
corriendo
y dando botes de alegría,
en
busca de unas manos amorosas.
Comenzó
a recibir patadas,
muchas
patadas;
tantas
patadas
que
se quedó vacío,
sin
aire, desinflado.
Una
aguja maldita
atravesó
su piel,
y
envenenó su sangre.
A
pesar de tantos pesares,
no
dejó de reír.
Siguió
recibiendo patadas,
muchas
patadas;
tantas
patadas
que
se volvió a quedar vacío,
sin
aire, desinflado;
y
comenzó a llorar,
y
dejó de reír;
las
lágrimas borraron la sonrisa
dibujada
en su piel.
Era un balón sin aire;
un pellejo arrugado;
un alma rota que pedía
ayuda.
El eco de su voz despertó a
los romeros[1];
y
dejó de llorar,
y, de nuevo, volvió a reír.
Era
un balón radiante,
con
unos ojos de azabache
dando
brillo a su cara.
MANUEL CAMACHO