CAPÍTULO I
DULCE PARTIDA
Nada hay tan cierto como la muerte, ni tan sublime; ¡bendita muerte, si llega a tiempo y sin violencia! Entonces; ¿por qué le tenemos tanto miedo?; ¿por qué se nos rompe el alma cuando se muere un ser querido? Las respuestas son sencillas: porque le hemos cortado las alas al Amor, y lo hemos convertido en un ave de corral; y porque no escuchamos las voces de los que “se fueron antes”; como las que se recogen en el siguiente poema:
SIN CADENAS
¡Si me quieres, escúchame!
La muerte
no es una despedida,
es un encuentro con la eternidad;
no es el final,
es el comienzo de una nueva vida;
de un sueño mágico.
Aquí no hay guerras ni discordias,
reina una dulce calma, una paz absoluta.
Aquí no hay gritos,
tan sólo se oyen los susurros del amor.
Aquí no hay sombras ni mentiras,
la luz de la verdad
alumbra todos los rincones.
Aquí no hay luna,
todos los cuerpos brillan con luz propia.
Aquí no hay sufrimientos,
todo sucede
con perfección divina;
el único dolor que siento, es tu dolor.
Lo más bello de esta situación,
que todo sigue igual;
que entre nosotros, nada
importante ha cambiado.
Yo sigo siendo yo, tú sigues siendo tú;
lo que éramos el uno para el otro,
seguimos siéndolo.
Sólo que, me he hecho invisible
a los ojos del mundo;
porque me he desprendido
del traje que refleja
la luz de los sentidos.
Pero tú puedes verme,
y oírme, y abrazarme…:
porque estoy dentro de tu corazón;
porque nos amamos,
y para el amor nada es imposible.
Cierra los ojos, y verás mi rostro;
abre bien los oídos, y oirás mi sonrisa.
Ríe conmigo,
como antes te reías;
háblame,
como siempre me hablaste;
abrázame,
con tu tierna mirada,
como solías abrazarme.
Quiero escuchar la música
de tus alegres risas;
quiero oír el mensaje
de tus dulces palabras;
y sentir el calor
de tus tiernos abrazos.
Quiero lo que he querido siempre;
¡que seas muy feliz!
Lo ves, todo está bien;
y sigue igual que antes;
entre nosotros, nada
importante ha cambiado.
La muerte no es un ser extraño;
es un amigo fiel que nos libera
de la horrenda cadena
de la decrepitud.
Todos tenemos que morir.
Nada hay tan cierto
ni tan sublime;
¡bendita muerte
si llega a tiempo
y sin violencia!
Por ello, mi alma grita
en profundo silencio:
¡Si de veras me quieres;
enjuga tus lágrimas, y sonríe!
CAPÍTULO II
CUANDO EL RELOJ ADELANTA
El mundo es una lágrima de amor.
En algunos casos, no se pueden enjugar las lágrimas; y, mucho menos, sonreír; son aquellos en los que la muerte adelanta su reloj, cuando se lleva a una criatura joven. En estos casos, la muerte no es sublime y las respuestas no convencen; el único remedio es aceptar lo irremediable; y, a ello, puede ayudarnos pensar que “no estamos solos” y, tal vez, reflexionar sobre la siguiente fábula y poemas:
FÁBULA DE EUSEBIO Y ALBA
Hace mucho tiempo llegó a nuestra tierra, procedente del lejano oriente, una mujer y sus dos hijos, Eusebio y Alba, de corta edad. Al poco de llegar, la mujer cayó enferma; y los dos niños cuidaban de ella con mucho cariño y trabajaban duramente para ganarse el sustento. La madre, enternecida por el comportamiento tan extraordinario de piedad y amor de sus hijos, le pidió al cielo que concediese a aquellos lo que más les conviniese; y apenas pronunció sus votos cuando los dos hermanos cayeron en un profundo sueño del que nunca despertaron.
Debe entenderse la fábula que “nada hay más conveniente, para la persona virtuosa, que el no vivir expuesto a las maldades del mundo”. Ella, la madre, no lograba entenderlo, y jamás dejó de llorar; las lágrimas inundaron los campos de sus sonrisas, pero no apagaron el brillo de sus ojos.
PROLOQUIO DE LA ROSA
El Señor corta
las más hermosas rosas
del jardín de la vida
para adornar el cielo.
RECUERDOS
Se apagó el sol
que alumbraba mi vida,
y me envolvió la noche;
entonces, miré al cielo;
y lo hallé abarrotado
de encendidas estrellas.
ALMA ROTA
Su temprana partida,
el profundo vacío que dejó,
me rompió el alma en mil pedazos;
mas, vinieron sus vivos
y adorables recuerdos;
y, trocito a trocito,
los han ido pegando...
AUNQUE REVIENTEN MIS VENAS
… Señor, si Tú lo has querido,
bendita sea mi pena;
aunque no pueda entenderlo;
aunque revienten mis venas.
CAPÍTULO III
FINAL DEL TRAYECTO, EL REENCUENTRO
No, “no es que hayan muerto, se fueron antes”; tomaron uno de los trenes anteriores; y aguardan tranquilos a que llegue el nuestro. Ellos saldrán a recibirnos e iluminarán cada rincón oscuro y tenebroso del valle de las sombras para que podamos atravesarlo sin sobresaltos: serán nuestros guías; no caminaremos solos por los senderos de la eternidad.
MANUEL CAMACHO
[1] “No es que hayan muerto, se fueron antes”; dice el bello proloquio inglés.