Si no conocemos el sentido de nuestra vida, no podremos seguirlo. Y si, por desconocimiento u omisión, no lo seguimos;lo más probable es que acabemos en el lugar equivocado.
CANTA, POETA, CANTA
La muerte verdadera
consiste en estar vivo, y no vivir.
El hombre
está enfermo, ¡se muere!;
el temor a la muerte
lo está matando.
Esto, ya nadie lo remedia;
salvo el poeta:
¡canta, poeta, canta..!
Cuando tuve conciencia,
entré en el templo de la luz
a preguntar por el sentido empíreo
de mi existencia,
de mi vida en el mundo;
y recibí el siguiente oráculo:
“El sentido divino de la vida,
de la vida de todo ser humano,
es luchar; es luchar
por un mundo mejor,
un mundo alegre y luminoso
donde reine el amor”.
Este oráculo fue la brújula
que marcó el norte de mi vida.
Después de muchos años,
dormido en los laureles;
el grito del silencio, del silencio
de los corderos,
despertó mi conciencia.
Miré el presente
del mundo en el que vivo,
y tan sólo vi sombras;
sombras que caminaban
hacia un futuro incierto,
un futuro de ausencias:
ausencia de valor,
de calor, de bondad,
de alegría, de luz...;
de verdadero amor.
Pensé que no había cumplido
con el sentido de mi vida,
que mi vida
no tenía sentido;
me sentí fracasado,
y un hondo sufrimiento
me partió el alma, el alma de poeta,
en mil pedazos.
Recordé que: “La vida
era una puerta abierta
a la esperanza”;
que: “No sólo es poeta
el que escribe poemas,
sino todos aquellos que
viven en poesía”
(vivir en poesía, es
vivir en la belleza;
vivir en la belleza, es
vivir en el amor);
y entré de nuevo al templo,
al templo de la luz; y pregunté:
¿por qué, Señor, por qué
nos hiciste de barro?; y el Señor
me contestó con una flor de loto;
una flor que me grita:
“¡Canta, poeta, canta;
no dejes de cantar”!
M. Camacho
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