Ayer le vi luchar, sobre la arena,
con sus espadas embotadas;
frente a afiladas lanzas
y a hirientes arpones;
derrochando bravura.
Y no hice nada.
Ayer le vi llorar;
llorar de pura pena;
llorar de hondo dolor,
de cuerpo torturado,
de sangre derramada;
llorar de incomprensión;
entre aplausos y vítores
para el tormento.
Y no hice nada.
Ayer oí el clamor de su mirada;
de su mirada triste,
de su mirada rota,
de su mirada ciega,
de su mirada limpia,
de su mirada brava;
y sentí las miserias de los hombres,
mis miserias,
navegar por la sangre de mis venas;
y se me desgarraron las entrañas;
y se apagó la luz que alumbra la tierra;
y se abrieron las tumbas;
y salieron los muertos
para asistir a mi sepelio
y reclamar mi alma,
mi miserable alma.
MANUEL CAMACHO
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