En la malagueña
comarca andaluza,
llamada Axarquía,
tienes cinco rutas:
Ruta de la pasa,
del sol y aguacate,
del sol y del vino,
de montes y aceite,
ruta del mudéjar;
que son las delicias
de los visitantes
que a ellas visitan.
En una de ellas,
la del sol y el vino,
está Sayalonga,
un pueblo divino.
Sus campos se visten,
según el momento,
de verdes viñedos
y blancos almendros;
nunca están desnudos,
siempre llevan puestos
frondosos olivos
cubriendo su cuerpo;
nísperos, naranjos,
olmos, limoneros...
donde anida y canta
el lindo jilguero;
y otras lindas prendas
que adornan su pelo:
rosales, claveles,
jazmines, romeros...
Sus hombres son recios,
sus mujeres bellas,
sus niños alegres
como castañuelas;
gente hospitalaria,
gente transparente
como el agua clara
de sus claras fuentes.
Su historia fue escrita,
con plumas de acero,
en la piel reseca
de resecos suelos;
y sangre brotando
de dedos mordidos,
entre perejiles,
bajo los olivos.
Una nueva historia
se escribe en el pueblo,
con tinta de cobre
que viene de lejos:
se vende la tierra,
se venden los sueños,
se vende la historia,
se vende
el misterio;
de aquellos almendros,
de aquellos viñedos...
tan sólo nos queda
un grato recuerdo.
¡Ay blancos almendros!,
¡ay verdes viñedos!;
que vivieron pobres,
y ricos murieron.
M. Camacho
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