miércoles, 15 de noviembre de 2017

REMEMORANDO I



V ENCUENTRO INTERNACIONAL “SILOS LITERARIO 2014”
(La magia de la literatura: creación, transformación y prestigio)


PONENCIA: ESCRIBIR SIN COMPLEJOS
AUTOR....,: MANUEL CAMACHO FERNÁNDEZ


 El arte comienza donde acaba la vulgaridad.


Queridos amigos: buenos días con aromas de madreselva

Esta ponencia tiene como objetivo animaros, y animarme, a escribir sin complejos, sin ningún tipo de complejo. La literatura, como poesía o como prosa que brota en el campo de la estética; es decir, empleando figuras literarias para la expresión excelsa de las ideas; es un arte y, como tal, sólo el propio autor puede valorar el hecho de la creación de su obra literaria, los demás, todos los demás, únicamente pueden valorar su interpretación sobre la misma: “No hay hechos; solo interpretaciones”, escribió Nietzsche (filósofo y poeta alemán del siglo XIX, 1844-1900). Luego, tengamos siempre presente que: lo que para el autor es un hecho, para los demás es tan sólo una interpretación. Y  valoremos alto nuestros hechos, valoremos alto muestras obras literarias; porque ese, y no otro, será el precio real de las mismas.

Quiero alumbrar el sendero por el que transitan las ideas que se dirigen al objetivo marcado; con la luz que envuelve aL que fue y es, junto con Miguel de Cervantes (español y militar por la gracia de Dios), el más grande de la literatura universal y de todos los tiempos: WILLIAM SHAKESPEARE. Pienso, y me atrevo a pronosticar que muchos de vosotros pensaréis lo mismo al finalizar esta ponencia, que si William Shakespeare, en lugar de haber nacido en el siglo XVI (1564), en el Reino Unido, hubiese nacido en España y digamos bien entrado el siglo XX, muy posiblemente, sería amigo de Basilio y participaría de estos hermosos encuentros literarios de Silos (quiero añadir que el arte no tiene sexo y, dado que en estos encuentros participa gente muy joven y muy brillante, ampliar la referencia anterior a los nacidos en el siglo XXI). Es posible, queridos amigos, que entre los que participamos en estos encuentros se encuentre algún “Shakespeare”; lo que ocurre es que tendrán que pasar cien o doscientos años para conocerlo, o quizás menos, porque los tiempos cambian que es una barbaridad. En cualquier caso, ante esa posibilidad, vivamos nuestra vocación literaria como si el tiempo no existiese, que dicho sea de paso, es una realidad: “No existe el tiempo, lo marcamos nosotros mismos al caminar más o menos de prisa en el mundo de los sueños en el que vivimos".

Sí, queridos amigos, todo es posible con la magia, con La magia de la literatura. Para ser un buen poeta o escritor no es necesario romper moldes, abrir nuevos caminos...; ser, necesariamente, original, pues, si bien es cierto que la originalidad, en todos los actos de la vida, es un valor añadido, lo importante no está en el punto del camino en que nos incorporamos a la vida, sino en la dirección que tomamos y hasta dónde y cómo transitamos por ese camino; tampoco es imprescindible dominar las técnicas de la escritura, poseer los más amplios conocimientos...; ser un ilustrado. Para ser un buen poeta o escritor hay que estar enamorado de la poesía, hay que estar enamorado de la literatura, y vivir con una total entrega y una gran pasión su amor. La poesía, la literatura en general, es un encuentro con la belleza; y su expresión, una íntima vibración o emoción que, por vías del misterio, el autor comunica a sus obras. Es por ello, por lo que una obra literaria nacida desde la originalidad o a raíz de otra obra ya creada; y escrita por un pastor, por un jardinero, por un carnicero (Shakespeare fue dependiente de carnicería; a los quince años, según se afirma, era un diestro matarife que degollaba las terneras con pompa, esto es, pronunciando fúnebres y floreados discursos),  por un profesor, por un médico, por un militar, etc. puede gozar de la mayor belleza. Pero centrémonos en Shakespeare, en el marco del objetivo de la presente ponencia; para ello, recordemos la leyenda de Píramo y Tisbe, recogida por el poeta romano PUBLIO OVIDIO NASÓN (año 43 a. C., Sulmona, Italia - 17 d. C., Costanza, Rumanía) en su obra, en verso, Las metamorfosis. Y cito, en versión reducida:

“Píramo y Tisbe eran dos jóvenes que vivían en casas contiguas y se amaban ardientemente. Entre sus padres existía una gran enemistad y se opusieron a la unión de los dos amantes, prohibiéndoles incluso que se hablasen y hasta que se viesen; por lo que los dos jóvenes se vieron obligados a intercambiar suspiros y palabras de amor a través de una rendija que existía en la tapia que dividía ambas casas. Un día, decidieron verse y expresarse su amor sin que ningún muro se interpusiera entre ellos; y concertaron una cita fuera de la ciudad, bajo el moral blanco que crecía junto al panteón de Nino. La primera en llegar fue Tisbe, pero tuvo que correr a refugiarse en una gruta cercana al ver aproximarse una leona, y en su huida perdió el velo que cubría su hermosa cabellera. La fiera, olfateó el velo de la muchacha, lo cogió entre sus fauces, untadas con la sangre de una presa reciente, y lo desgarró; al instante, se alejó del lugar. Cuando  Píramo llegó al lugar de la cita encontró el velo roto y ensangrentado; creyó muerta a su amada, y fue tanta su pena y la desesperación que se atravesó el pecho la espada. Tisbe regresó poco después, y al encontrarlo muerto, conoce que el velo ha sido la causa y se atraviesa igualmente el pecho con el mismo acero que su amante; cae sobre el cuerpo de éste y expira. La sangre de los desdichados jóvenes regó el moral, que desde entonces dio de color púrpura su fruta; antes, blanco”. - Fin de la cita.

Unos mil quinientos años después, el poeta y narrador italiano Masuccio Salernitano (Salerno, 1410 - 1475), en su obra más famosa, Il Novellino, una colección de cincuenta novelle o historias cortas, se hace eco de la bellísima leyenda de Príamo y Tisbe. De La historia en la que Salernitano se hace eco de la leyenda de Píramo y Tisbe (la historia de Mariotto y Giannozza) se han escrito varias versiones; una de las versiones más conocida es la de Mateo Bandello, traducida al inglés por Arthur Brooke (Tragicall Historye of Romeus and Juliet (1562), la que se supone fue fuente de  Romeo y Julieta (1597): una de las obras más populares (la que más veces ha sido representada), junto con Hamlet y Macbeth, de William Shakespeare (1564-1616). Como vemos, William Shakespeare no necesitó ser original para dar vida a una de las obras de teatro más maravillosas; su aportación consistió en crear dos nuevos personajes (Mercucio y Paris) y en darle más relevancia a los personajes secundarios, esto me recuerda a la importancia de Sancho Panza en la gran obra de Cervantes (Don Quijote de la Mancha), aparte, claro está de imprimirle su sello personal. He de añadir que Shakespeare se alimentó en gran parte de la obra de Giovanni Boccaccio (1313-1375); que tampoco fue tan original ya que su gran obra, El Decameron, fue igualmente una recopilación de cien cuentos populares.

Pero es cierto que, hasta principios de la segunda mitad del siglo XIX, la obra del que hoy es considerado el autor dramático más grande de todos los tiempos era ignorada por la mayoría y despreciada por los exquisitos. Fue en torno a 1860, cuando Victor Hugo, al tiempo que culminaba su obra Los miserables, escribió desde el destierro: "Shakespeare no tiene el monumento que Inglaterra le debe". Las palabras del patriarca francés cayeron como una maza sobre las conciencias patrióticas inglesas; decenas de monumentos a Shakespeare fueron erigidos inmediatamente.
En la actualidad, el volumen de sus obras completas es tan indispensable como la Biblia en los hogares anglosajones; Hamlet, Otelo o Macbeth se han convertido en símbolos y su autor es un clásico sobre el que corren ríos de tinta. A pesar de ello, William Shakespeare sigue siendo, como hombre, una incógnita.
Así pues, queridos colegas, abrámonos a la inspiración venga esta de donde venga. Y dejemos que la pluma tire de la mano, sin complejos, sin ningún complejo, en el oficio de la escritura, mientras transitamos con inestables flotadores sobre las aguas turbulentas del río de nuestra existencia. A lo mejor, dentro de cien o doscientos años,  un nuevo “Víctor Hugo” escribe el nombre de alguno de los que estamos aquí, seguido de las palabras: ”... no tiene el monumento que España le debe”.

Muchas gracias.

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