Dichosos los que encuentran,
en el
servicio a los demás,
un sendero
de gloria.
Queridos amigos: Buenas noches con aroma de
azahar de la India; el azahar de la India, como sabéis, representa el orgullo;
y es orgullo, mucho orgullo, lo que sentimos los españoles de que la obra
literaria más grande de todos los tiempos, y de todo el universo, el Quijote,
haya sido escrita por un español, Cervantes, del que hoy, 22 de abril de 2016,
conmemoramos el cuatrocientos aniversario de su fallecimiento. Conmemoración
que, curiosamente, coincide, en la fecha no en el día, con la del poeta y
dramaturgo inglés Shakespeare, cuyas obras pueden igualar en belleza literaria al
Quijote, pero no en originalidad ni en elevación de espíritu; el Quijote es la
obra de la fe en el más alto ideal: la obra de los que sienten sed de justicia
y ansias de redención; la obra que nos enseña que aunque el cuerpo salga
magullado en la lucha por la justicia, el espíritu vence siempre; la obra que
valora muy alto el espíritu de
sacrificio, y considera que éste jamás resulta estéril; la obra que nos anima a
confiar en el esfuerzo... Allí; donde existe la pena y el
sufrimiento, donde se produce el escarnio y la humillación, donde se ejerce el
dominio y la explotación...; se presenta Don Quijote para “enderezar tuertos y desfacer
agravios”; acompañado de su fiel escudero Sancho: el corazón de la obra.
Unamuno, el gran maestro de la paradoja,
dijo: “No fue el Quijote obra de Cervantes, sino Cervantes obra del quijote”. Y
yo comparto estas palabras.
La belleza no se crea, se encuentra; los
ideales no se fabrican, se beben. Cabe, pues, preguntarse dónde encontró
Cervantes tanta belleza; en que fuente bebió tan altos ideales. Él mismo nos
dio la respuesta cuando, poca antes de morir, manifestó que se sentía más
satisfecho de los servicios prestados a España como soldado que como escritor. En
el primer momento, llegué a pensar que Cervantes hizo esa manifestación porque,
por aquel entonces, no se conocía la magnitud de su obra; cada vez, estoy más
convencido de que él, mejor que nadie, conocía su obra, pero también sabía que
sin sus vivencias como soldado jamás la hubiese podido escribir. A comprender
esto puede ayudarnos, y con ello termino, las siguientes palabras sobre “el
soldado”:
El soldado, no es una máquina de matar,
es una persona de gran corazón dispuesta a dar su vida por los demás; no busca
su gloria, sino la gloria de su patria; no piensa en sus derechos, sino en sus
deberes; no tiene como fin el dinero, sólo le da a éste el valor de lo
necesario; no se mueve por odio, sino por el sentido del deber; no tiene
compañeros, tiene familia. El solado es una persona que ama la libertad; que
únicamente concibe la guerra como un camino para la paz; que respeta al
enemigo; que pone el honor y la dignidad por encima de todo lo terrenal; que
lleva el sacrificio hasta las últimas consecuencias. El soldado es una persona
leal y disciplinada que encuentra en el servicio a su patria la razón de su
existencia.
¡Muchas gracias!
MANUEL
CAMACHO
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