Es normal tenerle miedo a lo desconocido y, sobre todo, a la muerte; pero si pensamos que, tarde o temprano, todos tenemos que morir, porque la vida sólo es una etapa en ese caminar hacia la eternidad, dejaríamos de tenerle miedo a la muerte y únicamente veríamos en ella el amigo fiel que nos libera de la horrenda cadena de la decrepitud. Entonces, recuperaríamos el valor perdido y no dudaríamos en acudir en auxilio de todo aquel que lo necesite, aun a riesgo de nuestra vida; en lugar de mirar para otro lado como, por desgracia, solemos hacer. De la reflexión sobre este Asunto, salió, hace tiempo, el que fue mi primer soneto; que hoy, con el título de DESAMPARO, cuelgo en este blog.
DESAMPARO
Un padre caminaba diligente
por un parque sombrío, en la ciudad,
cuando un grito cargado de ansiedad
rompió el silencio, y se clavó en su mente.
Miró a su alrededor, y no vio gente.
Tuvo miedo, y huyó con impiedad;
arrinconó la solidaridad,
y pensó: “lo mejor es ser prudente”.
Apareció en su hogar despavorido,
como alma que persigue Lucifer,
y contó a su mujer lo acaecido;
que alabó sin dudar su proceder.
Por el aire, un suceso y un cadáver;
en el vacío, un hombre y su mujer.
M. Camacho
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